sábado, 25 de octubre de 2008

Caminando unas cuadras llego a una esquina de la calle Pasado y la Av. Presente.
Nos sentamos junto a una mesa.
Ahora crecimos.
Trabajamos.
Seguimos hablando mucho (también hablamos del trabajo).
Nos separaron unas horas, nos separamos unos años.
Me hundo en la silla, mueve los ojos con tranquilidad. Con esa cadencia me meso.
El respaldo es de goma espuma.
Sus manos juegan con un cigarrillo.
Me deconecto. Me quedo con la mente libre.
Su voz es música, no puedo distinguir qué palabras usa.. sólo escucho su música.
Su voz es dulce y un poco ronca por tanto fumar.
Lo miro.
Solamente lo miro.
Lo miro como un nene mira un kiosco lleno de golosinas. Con los ojos bien abiertos.
Lo miro como alguien que se enamoró de la vida mira al más lindo paisaje.
Lo miro como a la más linda forma de arte.
Las llaves se le escapan del bolsillo.
Me cuenta de la gente que teníamos en común, de su vida.
El segundo vaso no está bien frío.
Nunca hablamos de nosotros: ni nosotros en el pasado, ni nosotros en un esperanzador presente, ni nosotros en un posible futuro.
Viajes, vacaciones.
Su ex.
Ya es tarde, los dos estamos cansados.
Se refriega los ojos como si fuése un bebé que tiene sueño.
Unos cigarrillos después un auto frena en seco: se va.
Igual, camino de vuelta a casa con los pies descalzos sobre el césped, con una brisa alegre y con el sol de frente.